En la sede de la Embajada de España, avenida Figueroa Alcorta 3102, se anunció ayer la presentación en España de la obra “El cordero de ojos azules”, a través de una gira auspiciada por el Ministerio de Cultura porteño con la colaboración del Teatro Fernán Gómez, de Madrid.

Estuvieron presentes el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi; el embajador español, Rafael Estrella; el Director del Complejo Teatral de Buenos Aires, Alberto Ligaluppi; el Director Adjunto, Francisco Baratta; los protagonistas de la pieza: la actriz Leonor Manso, el actor Carlos Belloso y el actor Guillermo Berthold; Gerardo Gardelín, creador de los efectos sonoros, y el director de la obra, Luciano Cáceres.

La obra de Gonzalo Demaría, dirigida por Luciano Cáceres, que se estuvo ofreciendo en el Teatro Regio durante 2011, se presentará del 12 de enero al 5 de febrero en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, con funciones de martes a domingo y los días 10 y 11 de febrero subirá a escena en el Teatro Arriaga de Bilbao.

Los intérpretes son Leonor Manso, Carlos Belloso y Guillermo Berthold. El contratenor es Matías Rivero y la cellista es María Eugenia Castro. El asistente artístico es Marcelo Pozzi, la puesta de sonido es de Patricio Pierantoni, la música original y los efectos sonoros son de Gerardo Gardelin, la iluminación es de Eli Sirlin, el vestuario de Julio Suárez, y la escenografía de Gonzalo Córdova.

En abril de 1871, el pintor y la canonesa se resguardan en las dependencias de la Catedral de Buenos Aires. Es Semana Santa, la peste azota la ciudad y el índice de muertes es alarmante. Todos, incluidos el gobernador, los magistrados y el Arzobispo, han escapado a otras ciudades de las garras de la enfermedad. El artista, venido de Madrid, tiene que cumplir con el encargo de pintar a Santa Lucía, tarea que se vuelve dificultosa por la falta de modelos adecuadas. La canonesa, descendiente de angoleses y antigua amante del difunto Deán, se ofrece, a pesar de su fealdad, a posar para la obra, decidida a que se cumpla el encargo.
Cuando aparece el pintor con un muchacho de belleza marmórea, cree encontrar en él a San Sebastián, quien salvó a Milán de la peste. Decide entonces retratar al Santo para redimir a la ciudad. Días después despierta de la fiebre y la canonesa le relata lo cerca que estuvo de morir a manos de la peste y de la Comisión (organismo improvisado para limpiar la ciudad de la cruel enfermedad), le cuenta de sus visiones sobre el joven y de la maternal atención que le prodigó para salvarlo.

Sólo la promesa de pintar a Santa Lucía lo ha mantenido con vida, y ella posará para lograr la culminación de la obra. La condena que caerá sobre el pintor es el infierno reservado a los estetas: “si la fealdad de la Medusa tenía el poder de convertir en piedra a quien la mirara, ¿qué efecto produce la belleza?”.