«No puedo creer que todavía tenga que protestar por esta mierda”
Como la señora que sostiene el cartel, voy a usar este espacio para quejarme, para hacer uso de la libertad de expresión y de mi marco teórico para decir las cosas que pienso sobre fenómenos culturales de cualquier tipo y color que suceden en la ciudad. Bienvenides a mi libro de quejas.
En el edificio de Belgrano en el que vive mi amiga Lucía no hay encargado. Pero el hall está vigilado, no solamente por una cámara de seguridad, algo que sería bastante estándar por el barrio. Sino también hay un monolito de videovigilancia en el cual se proyecta la imagen de una persona. El sueño húmedo de alguien que leyó mal a Foucault; la delicia del capitalismo de vigilancia que pensábamos que estaba obsoleto.
Estx asistente virtual simula la versión analógica delx encargadx; lleva camisa y corbata, está siempre prolijamente peinadx, está sentadx a una mesa y mira hacia la puerta. O eso creemos quienes estamos en los edificios. En realidad, mira a una serie de pantallas que se despliegan delante suyo. Es una situación paradojal: nosotras lx miramos solamente a él o ella; pero él, ella o quien sea nos mira a nosotras y a varias personas más desde su panóptico hiperactual. Porque el truco que encontraron para abaratar costos fue romper una de las leyes de la física y hacer estar a una persona en más de un lugar a la vez. Entonces, elx vigilante del edificio de Lucía está en simultáneo mirando vaya una a saber cuántos edificios más.
Promocionada con el atractivo nombre de El Ojo del Halcón por una de las empresas top del mercado, o Tótem de Seguridad Inteligente, esta tecnología promete un resguardo 360, 24/7, con uso de Inteligencia Artificial, un sistema de alarma, de moto ante emergencias. Todo acompañado por llaves magnéticas que también tienen inteligencia propia y hacen ese sonido siniestro cuando abrís y cerrás la puerta.
Cuando entrás al edificio, entonces, en lugar de una persona sentada en una mesa con tapa de vidrio y patas de caño, algún adorno y una silla demasiado incómoda para estar sentadx una jornada entera, hay un rectángulo de un metro de alto y unos 40 centímetros de ancho, con una pantalla desde la cual alguien no solamente te mira sino que también te escucha.
No es ésta una queja nostálgica; no estoy extrañando el zaguán de Boquitas Pintadas ni los besos a escondidas en el pasillo del PH de mi adolescencia. Es una queja contemporánea y para el futuro: ¿Qué más queda por inventar?
Una de las ventajas de tener encargadx, entre otras, es que te puede recibir una encomienda; te ayuda si se te traba la persiana; te abre la puerta si venís muy cargada; incluso, te hace algún arreglo si se da maña.
Pero, sí, es más caro tener una persona en cuerpo y alma por cada edificio, que a una persona por, cuántos, cinco, diez, quince edificios en simultáneo; saludando a cada vecinx que entra, registrando cada movimiento, sin el famoso tiempo muerto que caracterizaba el trabajo de lxs encargadxs. Es que el monolito es mucho más que un encargadx y a la vez es mucho menos: es un vigilante inteligente. La venganza de todxs lxs que se quejaban porque el encargadx del edificio chusmeaba con lxs vecinxs, o se quejaban porque había que pagarle aguinaldo y la antigüedad, esas expensas que cotizaban en oro; o lxs que creían que estaba entongadx con alguien que había entrado a robar o, pero aún y Dios no lo permita, con el sindicato.
El tótem te salva de todo éso y mucho más, te salva de todos los peligros que habitan en cada rincón de la gran ciudad, sólo a una pantalla de distancia.