Por Charo Ramos
Hola, bienvenides nuevamente a la Tercera sección. En esta entrega vamos a seguir con los talleres, pero desde el punto de vista de las, los, les asistentes; quienes les dan vida a esos espacios. Hablamos con cuatro habitués del mundo talleril para saber qué les motiva, qué buscan, qué les gusta y cómo eligen los talleres. Y también les pedimos perlitas. Así que, talleristas del mundo, tomen nota porque hay mucha datita; pueden usar este artículo como un falso focus group. Y, también. quienes hagan talleres, cuéntenos sus experiencias.
Los talleres artísticos se han convertido en espacios de aprendizaje y expresión en constante crecimiento, donde les asistentes pueden desarrollar habilidades y conectar con otros en un ambiente más descontracturado que la universidad o escuelas artísticas tradicionales. A través de diferentes disciplinas, desde bordado hasta teoría política, les participantes destacan la posibilidad de compartir, aprender y, sobre todo, sentirse parte de una comunidad. Este fenómeno, impulsado tanto por intereses personales como por la búsqueda de un aprendizaje más libre y práctico, es especialmente valioso en un contexto donde la educación formal puede resultar rígida o distante.
Jules, que va a talleres desde los 14 años, menciona que estos espacios son un lugar seguro para expresarse libremente, sin la presión de una evaluación constante. Para ella, la diferencia clave entre un taller y un curso formal radica en la apertura y la horizontalidad que caracteriza a los primeros. «Siento que la palabra corre más libremente en los talleres, estamos todos más abiertos a escuchar y hacernos escuchar sin tener vergüenza», comenta. Su primer encuentro con el mundo de la educación informal fue con un taller individual de canto, nada más y nada menos que buscando su propia voz. Pero esta abogada fue mucho más allá, “después seguí haciendo talleres de distintas disciplinas, teatro, bordado, acuarela, tejido a dos agujas, lectura, concersacion en otro idioma. Excepto por el de canto siempre tomé talleres grupales”. Suma algo que me parece muy elocuente sobre la importancia de destinar recursos -tiempo, plata, cabeza- a estos espacios que no te dejan un título ni un diploma: “Sinceramente no puedo pensar mi vida sin tener al menos cómo una actividad semanal hacer un taller de algo que me guste.”
Cuando le pregunté qué buscaba en esos espacios hoy, me dijo: “que sea un espacio amigable, donde podamos aprender y compartir, un espacio genuino también en el que podamos ser nosotrxs mismxs”. No parece tan difícil, y, sin embargo, como tallerista sé lo que cuesta armar, sostener y abrir espacios así; son ecosistemas delicadísimos, que a veces penden de un hilo, y, sin embargo, se presentan como cruciales en contextos de sociabilidades endebles.
Su mejor anécdota nos habla de vínculos transgeneracionales maravillosos, impensables en otros contextos:
A los 16 fui a aprender a tejer a dos agujas en un taller de la municipalidad de San Martín, del que soy vecina. Ahí estaba yo, una adolescente con mujeres de más de 60 aprendiendo mis primeros puntos, me adoptaron cómo si fuera una nieta y todas me ayudaban. Pero había una compañera en especial, Raquel, que fumaba y al mismo tiempo tenía en chrochet
Y mientras hacía todo eso miraba que estaba haciendo y a veces hacía algo más y me decía con esa voz ronca “noooo mi amooooorrrr así no” y dejaba todo y me ayudaba. La recuerdo con mucha gracia pero también con mucho cariño.
Nicolás de 39 años, ahora viviendo en Europa también hizo su trayecto de formación tradicional -estudió Ciencia Política en la UBA- y luego hizo varios talleres, aunque no se salió tanto del rubro. Los hace como para especializarme más en temas que quizás no se estaban dando ahí [en la facultad] o que se tocaban tangencialmente. Lo que más me gusta de los espacios esos es la diversidad de gente, obviamente del acotado universo que se interesa por el tema, pero bueno, es más instituciones o gente que quizás es más amateur y más experimentada y me gusta esa mezcla.
Él también hace talleres buscando sumarse a un grupo de gente parecida a él y distinta, diversa, pero con un interés común.
Su mejor anécdota es bastante graciosa y elocuente para los tiempos que corren:
antes del taller con vos hice un taller virtual sincrónico de escrtirua y en la primera participación, en la primera fecha del taller, que fui -el grupo ya venía trabajando antes se conocían y bla bla bla bueno-, y había una persona no binaria, que yo no me di cuenta que era una persona no binaria o que estaba transicionando de mujer a varón. Bueno, nada, no sé y leyó su su texto que me ha gustado mucho, pero le pregunté porque no había entendido si el narrador era hombre o mujer, bueno, momento más incómodo de el universo.
Lo maravilloso de los talleres es que esos momentos incómodos suelen resolverse de manera orgánica, saliendo todes juntes del embrollo, incluso trabajando sobre la vergüenza, sobre la pregunta.
Por otro lado, Sofía, que tiene 38 años, es lesbiana, profesora, comunicadora y bordadora es otra que ha explorado múltiples talleres. Empezó a ir a estos espacios a los 18 años cuando vino a Buenos Aires desde Tres Arroyos a estudiar. “En general prefiero ir (cuando tengo tiempo) a talleres de lectura o de análisis de algune autore puntual, de tarot también, de bordado ya no, pero he tomado, de astrología, de collage”, un abanico tan amplio como la oferta de talleres misma de esta ciudad.
Desde la pandemia dice que le tomó el gusto al formato virtual, pero que presencial le siguen gustando. Lo importante es que sean grupales, siempre, esa es su condición primordial.
Le pedí que me contara la mejor anécdota de su larga trayectoria en estos espacios y me permito citarla extensamente:
Una vez estaba en un taller de bordado donde bordabamos partes de poesías de Pizarnik y una señora no sabía qué bordar. La persona que dirigía el taller le leyó un supuesto poema de Pizarnik y la señora se puso a bordarlo re contenta, a mí no me sonaba ese poema y yo me leí su obra como una enferma. Cuando terminó el taller le pregunté a quien dirigía de qué libro lo había sacado… y se lo había dictado la IA como si fuera de Pizarnik, como imitando su estilo. El poema no existía jajaja. La señora se llevó un bordado con un poema falso 😝
Le pregunté qué busca en los talleres y la respuesta es clara y concisa, “busco sobre todo conocer gente con la que poder charlar de lo mismo que me gusta a mí”.
Verónica tiene 37 años, es lesbiana y vive en Olivos. Es una de las personas que conozco que más talleres ha hecho en su vida y resalta cómo estos espacios le permiten acercarse a temas que no exploraría en un contexto formal, como la cerámica o, incluso, la herrería. Dice que “estudié bioquímica, voy a pensar dos veces antes de encarar un nuevo proceso largo de educación formal”; en cambio, la modalidad taller es ideal porque no requiere una currícula rígida ni exámenes tradicionales, y se enfoca en la práctica y la interacción con los demás.
También, hay algo del espacio de taller que es más personalizado, particularizado para les participantes:
Para muchas personas funciona también muy bien el aprendizaje autodidacta pero, de nuevo, soy bioquímica, tengo una profunda tradición académica, tengo muy arraigado el aprendizaje por observación o por mentoría y similares, me gusta que haya una persona con más conocimiento del tema y con más experiencia a quien consultarle y pedirle devoluciones.
Sobre cómo llegó al mundo de los talleres voy a decir que se parece bastante a mi experiencia:
De chica mi madre incentivó las famosas actividades extra escolares a veces con fines concretos (el taller de inglés era obligatorio) y a veces para que yo pudiera tener actividades a la tarde. Yo crecí en los ‘90 y mi familia no tenía un mango, pero la escuela primaria a donde yo iba tenía varias propuestas a contraturno para sus estudiantes. Recuerdo, por ejemplo un taller de ajedrez, un taller de papel reciclado (…).
También, dice, que el taller, entonces, tal vez rescata un poco de cada mundo y además facilita el aprendizaje entre pares (ahora es la docente universitaria hablando) porque ves cómo resuelven las cosas tus compañerxs, ves sus producciones, ves gente haciendo cosas que a vos no se te habían ocurrido, hay devoluciones grupales, hay personas que se dedican a cosas bien distintas y traen toda su historia y su experiencia al taller.
El formato de taller parece tener en común la flexibilidad y el espíritu colaborativo, permitiendo a les participantes no sólo aprender nuevas habilidades, sino sobre todo conectarse con otres en un ambiente relajado y enriquecedor. Estos espacios, lejos de los formalismos de la academia, se han consolidado como una alternativa valiosa para el desarrollo personal y la formación continua. Enriquecen la vida de estas personas, las dotan de otro sentido, les cambia la semana, las nutre de algo que es inhallable en otros espacios, que no tiene que ver con buscar un certificado de participación sino con el ocio, el disfrute, el aprendizaje por el aprendizaje mismo y, quizá lo más importante de todo, encontrar una mirada en la cual reflejarse.