Por Charo M. Ramos
Hace mucho que no abro el libro de quejas y no sé cómo va a salir. Además, me costó mucho elegir una sola cosa sobre la cual escribir. Pero, la verdad, ésta me indigna desde hace mucho y en niveles que me dan vergüenza y me han llevado a convertirme en un monstruo. ¿De qué me voy a quejar hoy? De que me cobren extra por la leche vegetal en las cafeterías de especialidad.
Porque si voy al Británico y me quieren cobrar más por hacerles abrir una leche de almendras, yo lo entiendo. Si en La Ideal me tienen que cargar un extra, bueno, vemos. Pero que en un café de especialidad que, encima, se marketinea como vegano/vegetariano, ¿cómo puede ser que me cobren más? 500 pesos más. A veces son $1000, hasta me han querido cobrar $2000 más por un chorrito de leche vegetal. Voy muy seguido a un bar que se llama Minimal, en Irigoyen y Estados Unidos, que lo atienden dos maricas y una travesti maravillosas, que tienen hasta leche deslactosada. Me cobran un poquito más, $200, pero con gusto lo pago, primero porque es razonable y, segundo, porque a mi comunidad, todo.
Yo no soy vegana, pero no puedo tomar leche porque este año confirmé que soy una más de las miles de millones de personas en el mundo que son intolerantes a la lactosa. Según fuentes como un artículo que salió en The Lancet en 2017, se estima que el 68% de la población mundial es intolerante a la lactosa. Que no es alergia, sino intolerancia: Puedo comer algunos quesos, pero no tomar leche. Y el café con leche, bueno, queda fuera de mis posibilidades intestinales. Entonces no es un capricho pedir leche vegetal o deslactosada.
Si fuera vegana, igual, me enojaría, me quejaría y probablemente escribiría esta misma columna, pero argumentando que es por una cuestión ética y política que deberíamos propiciar el consumo de alimentos basados en plantas y no en la explotación animal. Ahora salió Mala Leche, de Soledad Barruti, por Siglo XXI (si me lo quieren mandar para reseñar, me mandan un inbox), que va justamente de esto, por si quieren profundizar, aunque bibliografía vegana hay muchísima.
Pero en mi caso, mi argumento es de salud: chicxs, me están haciendo pagar una multa por no poder digerir una proteína, que, encima es algo que puede hacer sólo poco más del 30% de la población mundial.
Ya el café de especialidad es todo un tema, si quieren puedo explayarme mil horas sobre esto, sobre las sillas de los bares, las temperaturas y mil cosas más, pero, me quiero concentrar y hacer un llamado. Dueñxs de cafeterías, dueñxs de mis tardes y propulsores del empleo joven y migrante, emprendedores de la pasión y la virtud de la vida, incluyan este gasto en los precios de lista y ya está, si ya estamos pagando una fortuna, vamos a pagar un poquito más sin quejarnos.
Y, bueno, finalmente, si te promocionás como una cafetería vegana/vegetariana, por favor, no tengas el tupé de cobrarme extra justamente por no querer –no poder en este caso– consumir lácteos.