Por Charo M. Ramos

Esto no es una reseña, es una nota sobre el libro El odio y el debate en torno al retiro de los ejemplares para la venta. No es una reseña, entonces, porque es un libro que no se puede leer. Pero ¿está mal que no se pueda leer? ¿no presenta ésto una paradoja en el estado de cosas actual?
Desde que se supo, días atrás, que la editorial Anagrama -una de las más importantes del mundo en habla hispana- decidió quitar todos los ejemplares de El odio que estaban en circulación, se desató un debate tremendo, a ambos lados del atlántico. Y acá estamos en JOTAÍ para reponer los términos de la discusión, marcar una disyuntiva y, quizá, esbozar una posición. Mejor dicho, acá estoy yo, Charo M. Ramos, haciendo este trabajo. Explicito mi lugar de enunciación porque no quiero hacer responsable al equipo entero por lo que diga acá.
Voy a escribir muy sucintamente lo que pasó. En 2011, José Bretón asesinó a sus dos hijes, Ruth y José. Como parte de la sentencia por el infanticidio, Bretón no puede comunicarse con su ex pareja, Ruth Ortiz. Luego, el 26 de marzo de 2025, Anagrama, publicó El odio, de Luisgé Martín. El autor construyó el relato con intercambios con el asesino, como hizo Carrère para escribir El adversario. Ortiz dijo ante la justicia española que no fue ni siquiera consultada por la editorial antes de la publicación del libro. La editorial, previendo la escalada judicial, decidió retirar el volumen de los anaqueles. Pueden leer el comunicado de la casa editorial.
La crítica española está dividida; la opinión pública, también. Yo también. Repasemos.
La discusión sobre la restricción de «El Odio» involucró a diversos actores con diferentes perspectivas. Se alzaron voces de organizaciones y activistas dedicades a la defensa de los derechos de las víctimas de violencia, quienes expresaron su preocupación por el potencial impacto del libro en la madre de les niñes y en la sociedad en general. Estas voces argumentaron la necesidad de proteger la dignidad de las víctimas y evitar cualquier forma de explotación o revictimización.
Por otro lado, autores, críticxs literarixs y editoriales defendieron la libertad de expresión y el derecho de les escritores a abordar temas difíciles y controvertidos. Argumentaron que la literatura tiene la capacidad de explorar la complejidad de la condición humana, incluso en sus aspectos más oscuros, y que la censura o restricción de obras literarias sienta un precedente peligroso para la libertad creativa y el debate de ideas. En este sentido, citaron la tradición de obras literarias que han abordado crímenes reales o dilemas morales incómodos, como el ya mencionado El Adversario o Lolita de Nabokov.
Las opiniones expresadas sobre la ¿censura? de «El Odio» reflejaron el conflicto entre la protección de los derechos de las víctimas y la defensa de la libertad de expresión. Los argumentos a favor de la restricción se centraron en la dimensión ética de la publicación. Se argumentó que la circulación de un libro que explora la mente de un padre que asesina a sus hijes, sin el consentimiento de la madre y con el riesgo de revictimización, es moralmente cuestionable. Se señaló que el punto de vista puesto en el perpetrador podría interpretarse como una falta de respeto hacia las víctimas y una posible glorificación de la violencia. La preocupación por el potencial impacto psicológico en personas sensibles o que hayan experimentado situaciones similares también fue un argumento a favor de la restricción.
Por otro lado, los argumentos en contra de la restricción se basaron en el principio fundamental de la libertad de expresión. Se defendió el derecho del autor a explorar temas complejos y dolorosos a través de la literatura, y el derecho del público a acceder a diversas perspectivas e ideas. Se argumentó que la literatura cumple una función social importante al confrontar realidades difíciles y estimular la reflexión. La editorial Anagrama en su defensa inicial enfatizó que la obra de Luisgé Martín intentaba dilucidar la violencia extrema y sus implicaciones éticas, rechazando cualquier intención de justificar o exculpar el crimen. Este argumento fue replicado por quienes se oponen a la restricción. También se oyeron voces en torno al true crime como género que produce una fascinación en el público que busca comprender los motivos detrás de los crímenes más escabrosos, en una especie de pornografía criminológica. Recordemos que el true crime, en todas las plataformas existentes, es de los géneros más consumidos y exitosos.
¿Cuáles son los potenciales problemas que puede presentar el retiro de El odio de las librerías? En principio, puede tener implicancias significativas para la libertad de expresión y la circulación de ideas. Si se llegara a prohibir o restringir el libro, se podría generar un efecto disuasorio en autores y editoriales, quienes podrían mostrarse más reticentes a abordar temas sensibles o controvertidos, especialmente aquellos relacionados con crímenes reales o que pudieran generar reacciones negativas en ciertos sectores de la sociedad. Esto podría limitar la diversidad de voces y perspectivas en la literatura, que es fundamental para una sociedad democrática.
Además, la decisión de restringir la circulación del texto podría sentar un precedente para futuros intentos de censura basados en argumentos similares, afectando a otras obras literarias o artísticas que exploren temas difíciles o que generen debate ético. Esta controversia subraya la importancia de un debate público informado y la necesidad de encontrar un equilibrio entre la libertad de expresión y otros valores sociales relevantes, como el respeto por las víctimas de la violencia.
Creo que la respuesta a esta y otras controversias similares no está en la prohibición, sino en la educación crítica de les lectores y en el fortalecimiento de las capacidades estatales y marcos culturales para prevenir crímenes atroces como los relatados en este libro. Es fundamental, me parece, que cualquier discusión sobre la posible restricción de un libro se realice en el marco del respeto por los derechos humanos y con una comprensión profunda de la importancia de la libertad de expresión para una sociedad democrática y plural.
Finalmente, se plantea una paradoja: ¿En redes sociales no queremos restricciones pero en libros sí? A simple vista puede parece que son sectores sociales distintos, pero no necesariamente es así, me parece que es una discusión transversal y que debemos darnos, me parece, como sociedad ya globalizada.
Para escribir esta nota usé como fuentes:
Nota de El País.
Esta nota de Jot Down, de Marina Perezagua.
Y este artículo de Laura L Ruiz para El Salto Diario.
Y hablé con personas que trabajan en el mundo editorial español.
