Por Charo M. Ramos

Desde hace décadas, la obra de María Elena Walsh ha marcado a generaciones, trascendiendo edades y geografías. Esta etnografía digital explora las profundas huellas que sus canciones y cuentos han dejado en la identidad de niñas, niños y adultes, revelando un amor inagotable por su universo creativo.

Quizás sea trillado, quizás sea algo que de tan obvio les parezca innecesario, pero cuando pienso en infancia, en las infancias, en mi infancia, en niñas, niños y niñes, pienso en María Elena Walsh. Esta no será una nota biográfica sobre la autora del Twist del Monoliso, para eso, Gabriela Massuh escribió Nací para ser breve (Sudamericana, 2017); tampoco es una nota sobre María Elena como ícono lésbico (pueden leer el mismo libro y comprar la remera de @holadesviada en Instagram, que lleva su cara en una serigrafía preciosa); esto es una etnografía digital de las huellas que dejó María Elena en nosotres.

Quizás decirle etnografía digital y hablar de nosotres sea un poco excesivo y pretencioso, pero concédanme el permiso. Durante los primeros días de agosto publiqué una story en mi perfil de Instagram preguntándole a mis seguidores, qué relación tenían con María Elena, qué impacto había dejado en sus vidas, si se la habían leído o cantado de chiques. Esperaba un par de respuestas, pero recibí más de dos decenas, de gente bastante variada tanto en edad como en origen socio-cultural, económico y geográfico (una muestra diversa y prácticamente aleatoria, porque en esas 24 horas de vigencia de la historia, el contenido fue visto por más de mil personas y sin que yo las seleccione, respondieron por iniciativa propia 22 personas) que me hizo recalcular algunas cosas de mi hipótesis original: que a María Elena Walsh la conocemos, pero, sobre todo, la amamos lxs progres más progres del condado y, también pensaba que iban a ser más conocidos sus libros que sus canciones. Errores, como siempre, que son la riqueza maravillosa de hacer campo, aunque más no sea, a través de chats de Instagram y mensajes de Whatsapp. Esta es la nota metodológica que define la etnografía, lo digital y el nosotres.

Voy empezar bien cerca de casa, en CABA y alrededores. Mi mamá, que nació en una familia que es de las más progresistas que conozco. Su mamá, es decir, mi abuela, le leyó a ella Dailan KIfki cuando era chiquita; y unos veinte años después, me lo leyó a mí. Mi mamá nació en 1966, el año de publicación de la novela del elefante que comía sopita de avena. Un texto tan significativo que Sofía de Titto (bibliotecaria y fundadora del espacio Cuento en colores) hizo una jornada especial, una maratón de lectura del libro, en la que además niñes y adultes dibujaron elefantes y hasta mandó a hacer una piñata gigante de Dailan; también me mostró una caja de música de Dailan Kifki. El mismo libro –que Sudamericana reeditó hace poquito con unas ilustraciones bellísimas de Mariana Ruiz Johnson–, se lo leía a sus hijas una mujer de más de 60 años que fue profesora de inicial. Criada en una familia del PC, que “eran muy conservadores” en cuestiones culturales: Marina creció leyendo literatura soviética para niñes. No conoció a María Elena Walsh hasta que llegó al profesorado y ahí, con una profesora de literatura muy especial, se fanatizó. Se aprendió de memoria las letras de las canciones y los cuentos, como eran largos, los reservaba para las salas de más grandes. También les leía mucho Elsa Borneman, pero María Elena era una pasión, tanto en la escuela como en su casa con sus hijas.
En la zona oeste, donde el conurbano ya empieza a ser más rural, creció Laura, hija de una docente; que me contó que su mamá le decía que María Elena era una mujer muy inteligente; que es la banda sonora de su infancia. Me confirmó algo que yo intuía como algo más general: “todas las emociones se desarrollaron con sus canciones”.

Franco no viene de una casa ni porteña ni progresista, aunque su mamá es docente, “capaz viene por ese lado” el amor por María Elena; especialmente la música, “lo literario nunca estuvo, no me leyeron nada de ella, y tampoco leí nada de ella más que algún textito suelto en internet. Así que de su obra me llegó la parte musical”.

Vicky, que es tatuadora, sí creció en CABA, pero en una familia que es una mescolanza política argentinísima, padre radical, madre… ¿ubicua?. En su casa escuchaban muchísimo a María Elena y a Mercedes Sosa. Y ahora, a su hijo lo duerme con Manuelita y con La reina batata y leyendo Dailan Kifki.

Lucía y Sabrina, otras dos amigas con hijes pequeñes, les leen cuentos de María Elena antes de dormir. Lucía me dijo que el fanatismo de su hija es tal que están intentando variar un poco con los libros, pero no pueden, la nena vuelve a elegir una y otra vez a María Elena, sobre todo Los cuentopos de Gulubú, “salen toooooodas las noches”. Las dos crecieron, también, en el mundo del revés de la autora; en ese absurdo encantador. Como Juli, que me dijo que la obra de María Elena es “constitutiva de mi identidad”, que desde los 4 o 5 años es fanática, mucho más que sus hermanos. Lo que sí compartían todes era el amor por la música de María Elena.

Ximena, que es jujeña y de las personas más musicales que conozco, me contó que su mamá cantaba todo el tiempo en la casa, sobre todo a ella le cantaba María Elena y el influjo era tanto que le decía “mi reina batata”. Cuando se iba a vacunar cantaban la canción que dice “Todas las brujerías del brujito de Gulubú /Se curaron con la vacú…/ Con la vacuna, luna luna lu”. A Tatapica también su mamá le decía “la reina batata” y ella transmitió a sus hijes el amor.

En Tucumán, Lucía creció escuchando a María Elena y a Leda Valladares, con su música folklórica con la que se fueron a recorrer el mundo y las llevó a las varietés parisinas. En el caso de Micaela, la pasión por la música de María Elena fue tal fue llegaron a rayar el CD porque lo escuchaban todos los días en el auto ida y vuelta del colegio.

De vuelta en Buenos Aires, para Vicky y Victoria, profesoras de yoga, María Elena fue su primera narradora, su inicio en la lectura, también en la música; una de ellas le transmite a su hije las canciones y las historias. “Hoy me recuerda a un deus ex machina” me dijo una de ellas. Tati, que también es profesora de yoga y psicomotricista, me dijo que lo de ella eran las canciones, que la acompañaron toda la infancia y que ahora las cantan con sus sobrines y pacientes.

Marilina, creadora del emprendimiento Labor, lanzó en 2024 un cuaderno cuya tapa es un collage con personajes y fotos de María Elena. Le pregunté qué la había inspirado y me respondió que estaba buscando hacer un cuaderno de un personaje súper popular, que había pensado en Sandro, Leonardo Favio, Maradona. Pero que se decidió por María Elena porque ella y su obra son un collage: el monito, el salchicha, siempre hay animalitos, plantas como el árbol de jacarandá. El cuaderno terminó saliendo justo para el cumpleaños de la artista y, claro, fue un éxito. Yo tengo el mío, lo uso para tomar notas, para escribir, para dibujar, para hacer garabatos, para las reseñas que hago para Jotaí. Para lxs que decían que la literatura y la música “infantil” eran géneros menores, miren de quién se burlaron.

Mis tíos crecieron, como yo, en el universo de Walsh, en su versión escrita, cantada, actuada. Hoy les cantan y leen a sus hijes, a uno que ya nació y a otra que estamos contando las horas para que nazca y recibirla con Manuelita. A Luli, otra conocida de Instagram, también le cantaban María Elena desde la panza; Mili lo hizo con sus hijes y siguen todavía cantando y leyendo, la aman.

Quienes viven en el oeste del conurbano bonaerense, disfrutan, además, de toda la mvida que se arma en la que fuera la casa de María Elena, en Villa Sarmiento. Que sé que no es CABA, pero podemos ir, es muy muy cerca de General Paz y realmente tiene una regia programación, actividades, cosas lindas para hacer con niñes y sin.

Ya sea por las canciones, por los libros, por sus versiones originales o actualizadas, María Elena Walsh le puso color, profundidad, delirio, surrealismo, belleza a nuestras infancias. Desde los años sesenta hasta la actualidad. En CABA, en el conurbano, en el noroeste del país. Niñas, niños, adolescentes, grandes; estudiantes, profesores; padres, madres, hijes, nos dejamos atravesar por este universo creativo que parece inagotable.

La conclusión de esta breve etnografía es que sí, que infancia puede ser sinónimo de María Elena Walsh y que María Elena Walsh puede ser sinónimo de infancia; que algunas referencias son trilladas pero no por eso menos profundas, extendidas y formativas de sensibilidades.