Por Charo M. Ramos

Bienvenides a la tercera entrega de esta constelación tallerística. Hoy vamos a cruzar el espejo y recuperar las charlas con dos de les talleristas entrevistades.

En una era de conexiones digitales y conocimientos estandarizados, los espacios de educación informal resisten, no solo como refugios de libertad creativa, sino como verdaderos vehículos de transformación comunitaria. En un departamento de Buenos Aires, una vez cada dos semanas, un grupo diverso de personas se reúne para ver una película, disfrutar una comida y compartir reflexiones en un ambiente relajado y acogedor. Esta propuesta, llamada «Peli y Picada», se parece a los antiguos cineclubs, donde el cine y el debate eran motivos de encuentro.

En conversación con Vicky Murphy, más conocida como @tubetabel|, la anfitriona que amasó estos encuentros, queda claro que su objetivo no es sólo proyectar una película. Su motivación radica en la creación de un espacio en el que, a través de la comida y el cine, se construya una pequeña comunidad, efímera quizá pero significativa. “Es revitalizar una práctica”, dice Vicky, subrayando que en cada encuentro hay espacio para el intercambio de pareceres. En este momento en el que el individualismo y la complacencia van ganando terreno, estos talleres funcionan como un refugio donde cada persona encuentra su voz y se abre a conocer la de los demás.

Le pedí a Vicky que me cuente una anécdota que haya surgido en los encuentros de cine y comida y me contó esta maravilla: Hubo una conexión inesperada entre dos participantes. En cada encuentro, antes de ver la película, hay un momento de presentación, donde cada persona comparte un poco sobre sí misma –de dónde viene, a qué se dedica, etc–. Hubo dos chicas coincidieron varias veces, charlaron y comenzaron a conocerse. Un tiempo después, una de ellas me escribió por correo para pedirme ayuda en contactar a la otra porque tenía una oferta laboral que podía interesarle. Las puse en contacto, y poco después me enteré de que la oferta había prosperado: una había conseguido trabajo gracias a ese conctacto. En el siguiente cine-debate, la chica que había sido contactada compartió la historia con el grupo, agradecida y divertida por cómo el taller le había traído “suerte”. Desde entonces, entre les asistentes quedó instalado el chiste de que el espacio es como el “programa de Mirtha”, que trae suerte.

Vicky también dirige talleres de cocina a base de plantas. Estos espacios no pretenden institucionalizarse o encasillarse en una certificación; son encuentros únicos que permiten a las personas –sobre todo mujeres– conectarse con el acto creativo y nutritivo de preparar sus propios alimentos. En estos talleres, la relación entre facilitadora y participante se despliega como un vínculo horizontal, donde cada una aporta su perspectiva y sus dudas en un clima de confianza. En palabras de Vicky, “dar clases es un espacio donde se pueden expresar cosas más allá del contenido específico de la clase”, un recordatorio de cómo la educación informal puede trascender las barreras de la enseñanza técnica para alimentar algo mucho más profundo: el sentido de pertenencia.

Me parece importante marcar que Vicky logró hacer de estos talleres, junto a la producción de contenido en redes sociales, su forma de ganarse la vida, su trabajo, sus fuentes de ingreso. Además, tiene publicado un libro bellísimo con un título elocuente: Deconstruyendo el paladar. Ideas y recetas para compartir, que salió por Editorial Grijalbo.

Otro testimonio que recolecté para armar esta constelación de educación informal es el de Joaquín Montico Dipaúl (@joacoguaite). Joaquín, que hizo la maestría en Escritura Creativa de la UNTREF, da talleres de lectura y escritura en un centro de salud mental y en librerías y, también, virtuales. Para él, estos encuentros son su método de susbistencia económica y también un vínculo reflexivo con la literatura que le permiten estudiar y compartir sus propios intereses literarios con otres. En sus talleres, les alumnes no sólo leen, sino que se atreven a escribir y a compartir sus textos con el grupo. En una anécdota memorable, recuerda la emoción de ver a sus estudiantes leer sus textos en voz alta en una muestra pública, un logro que considera uno de los momentos más gratificantes de su experiencia como tallerista.
Le pregunté también a Joaquín por sus ingresos y me dijo: “Mi ingreso principal es el que tengo dando talleres, pero en una institución especializada en salud mental que es la manera políticamente correcta llamar a un psiquiátrico de talleres de literatura de lectura y de escritura en internación y hospital de día. Pero bueno, está más o menos parejo, pero sí sí, por ahora sigue ganando ahí el laburo en el psiquiátrico”.

Los talleres de Joaquín, como dije, se pueden hacer online y presenciales. En noviembre está dando, por lo menos, en dos librerías: Mandolina en Belgrano y La Libre en San Telmo, para todos los gustos.

La educación informal, representada en estas experiencias de cine, cocina y literatura, se convierte en una poderosa herramienta de emancipación, liberada de la rigidez académica y los exámenes formales. Son espacios de intercambio sincero, donde cada persona puede contribuir y recibir, creando vínculos que se prolongan más allá del encuentro. A través de esta modalidad educativa, se fomenta la construcción de una comunidad rica en diversidad, donde cada historia es escuchada y cada aporte se convierte en parte de un tejido colectivo.

Más allá de sus contenidos, estos talleres celebran la educación como un acto compartido y accesible, recordándonos, como nos dijeron les asistentes de la nota anterior, que aprender no se trata sólo de adquirir conocimientos, sino también y quizá sobre todo de encontrar un lugar en el mundo, entre otres, y con otres. En las palabras de Vicky y Joaquín, descubrimos cómo estos espacios maravillosos permiten la exploración personal, la creación de lazos duraderos en un acto de resistencia a la cultura de lo efímero.