Por Charo M. Ramos
Hoy, volvemos a esta sección tan hermosa: Pequeñas historias de Buenos Aires, aunque el mismo artículo podría haber estado en Paseos. Volvemos, además, con uno de los hitos patrimoniales más importantes de esta ciudad que con tantas congojas y alegrías habitamos: el Palacio Barolo.
Elegido por una encuesta como el edificio más lindo de la ciudad, este hito cuenta una de las aventuras arquitectónicas más maravillosas del centro. Mientras su entorno se descascara y se llena de olores que recuerdan las novelas de Camus o, incluso, El Perfume, el Barolo se mantiene incólume, precioso, reluciente. Recibe turistas, muchas veces locales, en sus visitas guiadas, pero también contiene un centenar de microoficinas, talleres de los más variados oficios -costura, encuadernación, librerías-, consultorios psicoanalíticos, estudios de abogadxs; es una ciudad dentro de un edificio.
Pero, veamos un poco más cómo llegamos a tener esta belleza inaudita a unos metros del Congreso, que, además, tiene un mellizo en nuestra ciudad hermana Montevideo.
Inaugurado en 1923, fue concebido por el arquitecto italiano Mario Palanti a pedido del empresario textil Luis Barolo como un homenaje a la Divina Comedia de Dante Alighieri. Cada detalle, desde su altura de 100 metros hasta la distribución de sus 22 pisos, está cargado de simbolismo dantesco. Durante sus primeros años, fue el edificio más alto de Sudamérica, representando un audaz proyecto que desafió las convenciones arquitectónicas de la época. Su diseño ecléctico fusiona elementos neorrománicos y neogóticos con toques de art nouveau, creando una estética única que lo convierte en un hito inconfundible del paisaje urbano porteño. Más allá de su valor arquitectónico, el Barolo se erige como testimonio del espíritu emprendedor de principios del siglo XX y un faro cultural que ilumina la historia quizá ya totalmente caduca de la ciudad.
Un aspecto fascinante de la historia del Palacio Barolo es su conexión con su mellizo, el Palacio Salvo en Montevideo. También diseñado por Mario Palanti y comisionado por los hermanos Salvo, este edificio comparte la misma inspiración en la Divina Comedia y una estética similar, aunque con algunas diferencias en su configuración. Los dos fueron concebidos como símbolos de la prosperidad y el progreso de las respectivas ciudades, y se dice que Palanti ideó el faro del Barolo para que pudiera verse desde Montevideo, como una unión entre ambas orillas del Río de la Plata. El Palacio Salvo, inaugurado en 1928, se distingue por su imponente cúpula y su ubicación privilegiada frente a la Plaza Independencia, convirtiéndose también en un ícono de la capital uruguaya.
La existencia de estos dos palacios mellizos no sólo refuerza la visión de Palanti como un arquitecto visionario, sino que también establece un interesante vínculo histórico y cultural entre Buenos Aires y Montevideo. Ambos edificios representan la culminación de un período de gran efervescencia creativa y un legado arquitectónico que trasciende las fronteras nacionales. Hoy en día, tanto el Barolo como el Salvo continúan siendo admirados por su belleza y su rica historia, atrayendo a turistas y estudiosxs que buscan descubrir los secretos que se esconden tras sus imponentes fachadas y su profunda conexión con la obra maestra de Dante.
Para aquellxs que deseen sumergirse aún más en la historia y la simbología del Palacio Barolo, existen diversas opciones de visitas guiadas. Estas visitas ofrecen la oportunidad de recorrer sus majestuosos salones, admirar sus detalles arquitectónicos y comprender el profundo significado detrás de cada elemento decorativo. Las visitas guiadas suelen incluir el acceso al faro, desde donde se puede disfrutar de una vista panorámica de la ciudad. Hay diferentes tipos de tours, incluyendo visitas diurnas que exploran la historia y la arquitectura del edificio, y visitas nocturnas que ofrecen una experiencia más inmersiva, a veces, combinada con degustaciones de vino o espectáculos temáticos.
Toda la información de las visitas y más información sobre su historia y arquitectura están en su sitio web.
Antes de despedirme, quería mandarle un abrazo a mis amigas costureras del Barolo, que no solamente me visten sino que además me enseñan y me convidan mate. Gracias, queridas.