Por Charo M. Ramos

 

Es muy probable que si te gusta leer y escuchar podcasts conozcas Grandes Infelices. Con este programa, la editorial española Blackie Books nos hizo conocer a muches de nosotres a Javier Peña. Y con él, la vida trágica, desgraciada, compleja de algunes de nuestres escritores preferides. Aunque Peña no abandone su pasión por compartirnos la vida y los secretos de otrxs autorxs, en Tinta invisible, el foco está puesto en él.

El foco está tanto en Peña hijo como en Peña padre, porque la historia que sirve de excusa para esta novela, es la muerte inminente del padre. Como tantas otras veces, esta tragedia que no deja de ser parte constitutiva de la vida, es el origen del relato. Pero, en el caso de Peña, como era esperable para el fandom de Grandes Infelices, hay una vuelta más: el hijo le había retirado la palabra al padre cuatro años antes de esta situación, en una decisión que nunca es aclarada, en un acontecimiento que permanece velado. Probablemente hayan sido miles de microeventos los que llevaron a ese alejamiento que, para cuando empieza el relato, parece pesar sin determinar el vínculo.

A lo largo de las páginas y las visitas al hospital que organizan la narración, Peña desanda su relación con el padre que es la relación misma con la literatura, con la lectura y la escritura, con el mundo de las historias y las aventuras, con los libros leídos y por leer, con los libros que ya no se leerán.

Para no perder la costumbre, estas reflexiones nos van llevando a las vidas de escritores que aparecen en el podcast y otres, a través de anécdotas maravillosas como la soberbia insoportable de Susan Sontag, la competencia feroz de Hemingway con su esposa, la tirria, entre Virginia Woolf y Katherine Mansfield, o la rivalidad entre Tolstói y Dostoievski; o las condiciones en las que escribió el israelí Amos Oz, en un kibutz en Tel Aviv.
Hay una frase que me quedó resonando, entre muchísimas otras que marqué –leer en Kindle tiene varias ventajas, una es que podés ver la cantidad ridícula de cosas que marcás en un texto–: “Nunca escribiremos nada perfecto, ni escribiremos algo bueno todos los días. Un escritor solo puede dejar atrás el sufrimiento si acepta esto.”. Para quienes escribimos, aceptar esto puede ser tan difícil como aceptar la muerte de un padre o que nos van a quedar, indefectiblemente, libros por leer.

En breve llega Tinta invisible a las librerías argentinas y, mientras tanto, pueden disfrutar escuchando Grandes Infelices. Ojalá disfruten de este libro tanto como yo, es ideal para el verano, incluso para este verano ardiente, sin respiro.