Por Charo Márquez
@cafeesamor

 

Desde hace unos años que el tema del poliamor y las parejas abiertas es cada vez más discutido en los círculos progresistas urbanos. Y no tan progresistas: el año pasado, Florencia Peña fue tapa tras haber dicho que tenía un acuerdo con su marido que les permitía estar con otras personas. Pero de qué se trata esto.
Si bien el debate masivo es nuevo y los términos van cambiando, la apertura de parejas siempre existió. Lo que no había, quizá, en la generación de nuestres abueles -en la que los varones gustaban mucho de tener una esposa con la que armar la foto familiar y por lo menos una amante de largo plazo con la cual vivir una pareja romántica y sobre todo apasionada- era una explicitación, un pacto, un acuerdo, responsabilidad afectiva. Lo que seguro no había eran cuentas de ig como Poliamorymemes.

Quizá lo más novedoso sea esto: que ahora hay un margen para charlar de estas cosas, para hacer acuerdos que nos sirvan y nos hagan felices. Pero, a la vez, como suele pasar cada vez que algo se pone de moda, nos sobre giramos. Así como ahora para ser unx joven porteñx de clase media ilustrada y progre tenés que ir al Matienzo, tenés que ir al Barrio Chino, tenés que usar productos cosméticos veganos, tenés que tener unx astrólogx de referencia, ahora también tenés que tener múltiples vínculos en simultáneo y, como dice Tamara Tenenbaum en su libro -no específicamente sobre esto sino sobre la vida en general- tenés que ser feliz mientras lo hacés y tenés que mostrarlo. Pero, como también cuenta Brigitte Vasallo, esta apertura la estamos llevando adelante montada sobre un pensamiento monógamo, así es que dejamos cadáveres afectivos tirados por la ciudad.

Lesbianas que lloran en la barra de Brandon porque su amante las acaba de dejar por su novia, amantes que se chatean domingos de lluvia para contarse que finalmente terminaron con esa pareja principal que les quemó la cabeza durante años y que ahora pueden reencontrarse, pibas yéndose de fiestas porque cayó la ex con su actual que a su vez es su ex. Hablo de lesbianas porque es de lo que sé. Si en sus círculos esto funciona así o de otra forma: por favor, cuéntenos, hablemos del tema, quiero saber.

El tema con abrir parejas es que te abrís al juego democrático: a que explícitamente la persona con la que convivís pueda no volver a dormir a tu casa, pueda llegar garchada a las 3am, con el olor de otro cuerpo, pueda hacer stories con otra persona, pueda enamorarse de otra persona y vos tenés que gestionar el malestar que eso te genera porque, si acordaron eso, además, se supone que vos también lo hacés, lo vas a hacer o lo querrías estar haciendo. Esto puede derivar en competencias internas, en guerras frías que en vez de tener a USA y la URSS compitiendo por ver quién llega primero al espacio, son dos personas compitiendo por ver quién tiene más amantes y quién sale menos lastimada.

En este ejemplo, hablamos de una pareja que venía siendo monogámica y en algún momento, decide abrir el vínculo y hacerlo no solo en el plano sexual sino también afectivo. Brigitte Vasallo -activista lesbiana, anarquista que vivió en Marruecos y escribe desde Catalunya- plantea que cada grupo de personas involucradas en un esquema afectivo abierto, ya sean dos, tres o veinte, tiene que armar pactos que sean comprendidos por todas, pero a la vez que sean favorables a todas y que las haga sentir bien. No se puede armar un decálogo de cómo deberían ser esos acuerdos ni cómo deberían ponerse en práctica. Lo que sí es clave es mantener los pactos armados en conjunto, poder explicitar cuándo nos sentimos mal, cuándo y qué cosas nos duelen, nos lastiman, poder irnos del acuerdo si queremos. Todo eso -y otras cosas más- es la responsabilidad afectiva. Es para lxs demás y es para unx. Es ser consciente de que nuestras acciones y decisiones afectan a lxs demás. Es ser clarx con elx otrx y decirle: che, no me gustás de esa forma. Es contarle a las personas que vas conociendo cómo es tu esquema vincular -en caso de que amerite, claro-, cómo son sus acuerdos y no avanzar si no hay consentimiento. Poder retirarte sin presionar a una persona por no estar de acuerdo con participar de esa movida, pese a que guste de vos. Es, también, contarle a lxs otrxs involucradxs que conociste a alguien y depende de cómo sea el acuerdo, contarles qué pasó. Es, mal que nos pese, no activar si no da.

Otra cosa que pasa mucho es que tendemos a pensar, y esto lo veo en el taller No es amor lo que sangra (donde deconstruimos el amor romántico en rondas de lecturas feministas), que la apertura de pareja -ya sea de un nuevo vínculo o de uno ya establecido- es algo a lo que se puede llegar una vez que se hizo la evolución necesaria. Y la verdad, no funciona así. Calamaro en los años noventa cantaba que el corazón es un músculo sano pero necesita acción (sí en la misma canción en la que decía que con una piba podía ir a un hotel, podía ir a cenar pero no podían ir juntos al altar porque ella era menor). Y, si bien en términos biológicos, el corazón es un músculo, no es que los celos desaparecen en la medida en que veas varias veces a tu pareja chapando con otra/s persona/s. De hecho, es muy habitual que el acuerdo de apertura implique no contarse: pero ¿para qué abrís si no te vas a contar? Si te molesta la información, es probable que hayas acordado abrir solo para darle el gusto a tu compañerx, quizá bajo la amenaza de terminar con el vínculo y lo más probable es que la pases pésimo.
Otra opción de apertura de vínculos es que sea sin jerarquía afectiva. Que implica, básicamente, romper con la idea de la pareja como relación principal que nos completa y eleva y es la fuente de toda la felicidad, de todo el erotismo, de todo el amor y de la familia (Lagarde enmarca esto en el amor burgués que se impuso como hegemónico desde el siglo XIX y reina hasta nuestros días, con algunos matices, claro). Es decir: Fulanita sale con Pepita, pero también coge con Luci y cuando Bom viene a la ciudad, se instala en su casa, pero si salen a bailar quizá chapan con otras y de vacaciones se va con su amiga, pero al cumpleaños de la abuela va sola o con Luci.

Una conocida me preguntó por IG si la ausencia de jerarquía afectiva no afecta la energía limitada que tenemos para conectarnos con otrxs. Y sí. A ver, Tamara Tenenbaum en su libro dice algo más que cierto: muy lindo todo, pero no tengo tiempo de tener múltiples vínculos con el mismo nivel de intensidad. Y no, claro. Marcela Lagarde cuenta en Claves feministas para la negociación en el amor que Virginia Woolf vivía en una comunidad de artistas que practicaban el amor libre, mucho antes de la revolución sexual de los años 60. Pero eran artistas, no tenían 5 freelos mal pagos con los cuales cumplir día y noche, ni responsabilidades de cuidado de familiares enfermxs ni viajaban dos horas en tren y bondi para ir a laburar y volvían rotxs a las once de la noche a sus casas compartidas con otras dos personas porque ya no pueden pagar un alquiler por sí solxs. In this economy se hace muy difícil pensar en distribuir el tiempo de forma equitativa entre distintas personas y además tener ganas de estar con tanta gente.

Pero hay una cuestión previa: estamos acostumbradxs a que los vínculos amorosos requieran mucho tiempo, nos vemos tres veces por semana, cada vez dormimos juntxs, vamos a todos los eventos sociales y familiares juntxs, nos vamos de vacaciones juntxs, todo juntxs la mayor cantidad de tiempo y en la mayor cantidad de espacios posibles. Eso es lo que nos legitima como pareja y a la vez lo que justifica el vínculo. ¿Cuántos vínculos sostuvieron solo porque no querían ir solxs a las fiestas familiares? Como en Ciega a citas, donde Lucía la protagonista (maravillosamente interpretada por Muriel Santa Ana) inicia una carrera desesperada para conseguir acompañante para el casamiento de su hermana y se enreda con mil tipos, uno más desagradable que el otro. Mi hipótesis es que si no tuviéramos tan jerarquizada la idea de pareja, tan de la centralidad y complementariedad que nos vendieron desde El banquete de Platón, sería todo un poco más sencillo.

En Twitter, Florencia Etcheves me contó que su hija de 19 años ni se cuestiona la apertura, no entiende ni por qué es un tema de debate. Es que, claro, esa generación ya ni concibe la idea de pareja como la mía. Nosotras crecimos al calor de los amores interclasistas e imposibles en apariencia de las novelas de Thalía y Natalia Oreiro: trabajadoras domésticas que se enamoraban del dueño de la casa y él que vencía todos los prejuicios y dejaba a una novia “perfecta” para elegir a su verdadero amor.

También hay experiencias en las que genuinamente se intenta romper con la jerarquía pero falla. Sale mal, es inviable me dice una amiga por wa. Después de un año y pico de vínculo principal con una chica, se enganchó con otra que no quería un vínculo jerarquizado, pero su pareja principal aunque había dicho que sí al principio, después no lo pudo manejar y ésta empezó a salir con otras personas al tun tún. El problema quizá haya sido abrir el vínculo estando mal ellas, de origen. Cuando una pareja está en crisis y se suman amantes, los conflictos no se disipan, tienden a aumentar y a veces explotan en la cara y las terceras personas involucradas se transforman o en chivos expiatorios o en muletas emocionales. Es un juego en el que finalmente todas pierden.

No estoy yendo contra los vínculos abiertos, ni mucho menos contra la desjerarquización afectiva. Mariel me escribe por IG diciéndome “que es hermoso y difícil y un atajo constante a la inseguridad y una escalada a la seguridad que vale cada tropezón. Que todas las experiencias son diferentes, que la ficción sobre el tema es súper mono-heteronormativa y que por ende planta semillas podridas. Que se ejercita, que se cometen errores, que se charlan”. Agrego que, además, la monogamia implica cercenar el deseo propio y reprimir el ajeno en pos de una idea que tampoco es propia, sino heredada de una cultura ya milenaria patriarcal que requiere, para la reproducción del sistema, que las cosas sigan siendo como son: una mamá, un papá, dos hijxs, dos ingresos, una casa, uno o dos autos y un perro. Todo lo que sea diferente es perseguido activamente. Ya solo por eso, pensar los acuerdos es necesario, es una postura política y puede ser liberador, incluso eligiendo conscientemente que dos personas prefieren no vincularse con otras de ninguna forma.

Me parece que después de vernos llorar por los rincones de la ciudad, de domingos enteros sosteniendo amigas por wa, de ver cómo se caen proyectos porque las involucradas ya no pueden ni verse, es hora de parar la pelota y preguntarnos por qué tomamos esas decisiones, cómo las tomamos, cómo las ejecutamos, qué mecanismos tenemos para cuidarnos y hablar con lxs otrxs involucradxs. ¿No les hace ruido necesitar la cuenta Poliamorymemes para transitar algo que debería ser placentero?