Por Charo M. Ramos

Me voy a tomar el atrevimiento de cruzar un umbral y hablar no sobre un libro sino sobre una película. No soy especialista en el tema ni mucho menos, pero voy a intentarlo. Tengan paciencia y piedad.

Esta nota es para quienes ya vieron La Sustancia o no la van a ver. ¿Les gustó? A mí, la verdad, no. La vi un sábado a la noche en la cama, por Mubi, había pedido comida, estaba fresco, estaba sola, un planazo. Pero.

La película dura dos horas y media, un montón para los tiempos que corren; podría gustarme la idea de que sea eterno el film, pero la verdad que no, no podría decir cuántos minutos le sobran, pero es demasiado larga y cruenta. Hay gente a la que ese tipo de cine le gusta, de hecho, este fin de semana se hace el Buenos Aires Rojo Sangre, recomendadísimo para quienes aprecian la pantalla cubierta de ketchup.

Además de que ya sabía que no me iba a gustar por el género de la película, el segundo film de Coralie Fargeat, carece de algo básico para el feminismo a esta altura de la historia que es mostrar cuerpos distintos en pantalla. ¿El cuerpo de 62 años de Demi Moore, tallado en mármol por la mismísima Afrodita, o el de 30 años de Margaret Qualley diseñado en los cuarteles centrales de Mattel, qué tienen de distintos a los que hemos visto toda la vida en películas de Hollywood? ¿Sigue siendo revolucionario mostrar a alguien de 62 años cuando su personaje tiene 50?
Es como si al argumento le faltara una vuelta. Si en Barbie el final nos dejó medio descolocades, el de La Sustancia nos puede haber dejado indignades: el monstruo que sintetiza a Elizabeth y a Sue es, finalmente, una gorda deforme. Grotesca, sangrante, exagerada, moribunda, gorda. Al final, lo peor no le pasa ni a la “vieja” ni a la joven, sino, a la gorda. Y, entonces, ¿cuál es la novedad? Se denuncia la gerontofobia, el ageism, como se dice en inglés, pero el cuerpo excedido, con las cosas puestas en lugares y formas que no son dignas ni siquiera de Botero, mueren. Explotan.

Luego, sí, hay cosas simpáticas, como el vestuario y la imagen -hecha por el mismo director de fotografía de Promising Young Woman- es una cosa maravillosa, la música es genial. Tiene dos millones de guiños, intertextualidades dirían en el mundo de las letras, a otras obras de ficción como Barbie, pero también a personajes reales como Harvey Weinstein -responsable de algunos de los casos más resonantes del #MeToo-, y a la gloriosa y amada Jane Fonda con sus videos de gimnasia para hacer en casa.

Pero, bueno, la verdad sea dicha: no me gustó La Sustancia. La vi porque la presión del algoritmo fue enorme, porque me daba curiosidad por la premisa medio Dorian Gray, y porque Demi Moore es una fiesta en los 80, ahora y siempre. A veces, como dice Malena Rey que dice Zizek, es mejor leer las reseñas que ver las películas.