Por Charo M. Ramos

Él mató sacó hace unos años una canción preciosa que dice “Sé que es lo peor / Pero esta es la mejor versión de mí”. Canté mil veces este tema hasta que me puse a pensar, ¿es esta mi mejor versión? Y se transformó en una obsesión. Que no inventaron los platenses reyes del indie, claro que no. Ellos mismos deben sufrir esta locura generalizada por optimizar nuestra existencia.

El otro día, una creadora de contenido de España que se llama Estupenda Márquez publicó un video sobre esto mismo. Quiero retomar lo que plantea porque realmente siento que el marketing de la optimización existencial nos está pasando por arriba.

Ya no es solamente la promesa de la felicidad de los años 50, 60 si nos estiramos para que entre Mad Men, a puro Hollywood y spray para el pelo, con el marido perfecto, el primogénito y la segunda hija blanquitxs y bien vestidxs y tu piel tersa, envuelta en un vestido color pastel en un día de campo. Ya no es sólo la fantasía de las Stepford Wives regurgitada en formato Trad Wife para Instagram. Porque hasta hace un tiempo, si habías, como yo, huido de ciertas normas como la heterosexualidad, podías esquivar esta presión por la perfección. Si eras hombre tenías mucho más margen de maniobra. Se esperaban otras cosas, no es que no se pretendiera nada, que no se malinterprete, pero era, quizá más asequible. Ahora quienes se consideren mujeres en el cabal uso de la palabra, quienes se consideren varones y todes les desvidades del medio; seamos ricxs, pobres; viejxs, jóvenes; del Buenos Aires o de Ámsterdam, tenemos que ser nuestra mejor versión.

Pero es una versión muy específica y requiere cumplir con objetivos bien particulares. Primero tenemos que estar, ser y parecer sanxs y fuertes, para eso tenemos que ir al gimnasio; si además mientras lo hacemos, generamos contenido para redes sociales, mejor, porque es un tipo de imagen que garpa mucho para las redes de levante, también, que es algo importantísimo. Ahora, recuerden que ya no se usa tanto el cardio como las pesas, incluso para las señoritas. Segundo, tenemos que comer todos los grupos alimenticios en todas las comidas (o balancear durante el día), pero no es comer todo el día y cualquier cosa no; hay que hacer ayuno intermitente, monitoreado por una app que te dice exactamente qué y cuándo podés comer y cuándo tenés que tomar agua. Tercero, tenemos que tener un trabajo que nos permita balancear la vida laboral con la vida privada, que nos haga felices, que cause impacto, que nos permita acceder a todos los bienes de lujo que necesitamos y también a las cosas más básicas como una casa, aunque sea una Tiny House (que es la forma yanqui y cool de llamar a las casas rodantes, obviando el hecho siniestro de que más de 20 millones de personas en USA viven en tráilers porque no pueden acceder a una vivienda tradicional, situación agravada por la crisis de 2008, pueden googlearlo), y también que nos permita irnos de vacaciones, si es posible trabajando remoto porque descansar por descansar no, pero ir a hacer lo mismo que en casa en otra ciudad, exótica, remota, donde hablen otro idioma pero el café sea exactamente igual que el de acá, es necesario para que tu feed de instagram y tus videos de Tiktok estén a tope de visualizaciones. Total, para que no se te note el cansancio, la rutina de ocho pasos de skin care que tenés que hacer a la mañana y a la noche va perfecta, siempre que recuerdes retocar el protector solar. Cuarto, acá se pone espeso, tenemos que ser madres, las feminidades, pero no todavía, mejor congelemos óvulos (hay empresas de las gigantes tecnológicas que desde hace años cubren ésto para que la mujer no tenga que retrasar su ascenso en la carrera laboral por la maternidad; también, pueden googlear). Quinto, ufff, ya estoy harta, también tenemos que estar conectades con nuestras emociones, hacer algo por nuestra salud mental, que no es de nadie más que de nosotres y de nadie más depende que la destrocemos y que la cuidemos, según rezan los parámetros de la sociedad en la que estamos viviendo; no te olvides de que podés usar una app para contactarte con unx terapeuta y de que hay un montón de suplementos vitamínicos de venta libre que seguro que te hacen sentir mejor. Sexto, tenemos que estar al día con los consumos culturales -si no viste Adolescencia o La Sustancia, ni lo digas, hacé como que la viste-, para lo cual tenemos que tener tiempo, una tele, plataformas pagas infinitas o habilidades para conseguir los contenidos de otra manera; tenemos que tener una opinión formada de cada cosa que vemos y leemos y escuchamos, por supuesto, y compartirla en nuestras redes, sino para qué las consumimos.

Vivir así no es vivir, decía Calamaro hace como treinta años y aunque Andrelo me caiga cada día peor, tenía razón: ¿todo este esfuerzo para qué? ¿Para optimizar nuestro paso por este mundo? ¿Y el ocio? ¿Y las siestas de domingo abrazada a mi señora? ¿Y la poesía? ¿Y dibujar la Santa Rita que nos acordamos del jardín de la abuela? ¿Y la organización colectiva para construir un mundo mejor? ¿Y cerrar los ojos y dejarnos llevar por el compás de una canción desconocida? ¿No cuenta para hacer una mejor versión de nosotres mismes dejarnos atravesar por la experiencia sensorial, sentirla en lo más hondo del cuerpo? ¿Mirar una rosa hasta pulvernizarnos los ojos no cuenta? ¿Cómo vamos a ser mejores de lo que somos ahora si para eso deberíamos ser, en principio, buenxs y yo lo que noto es que estamos cada día más para atrás, más rotes, más solxs, más enfermes, más tristes, más alejades, más resentides? ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu mejor amigue hasta la madrugada?.